Queridos
hermanos:
Les escribo sobre la situación de
nuestra Iglesia en este momento de nuestro país, compartiendo con ustedes el
mismo dolor y el mismo amor por esta Casa en que nacimos a la Vida de Dios, en que
aprendimos a rezar, a amar y a conocer a Jesús. Nos acompañan en el asombro
muchos amigos no católicos, y también otros menos amistosos que no ocultan su
rabia acumulada ni su ironía.
El descenso de credibilidad de la Iglesia y su pérdida de
prestigio no provienen de una persecución mal intencionada. Si así fuera, podríamos
vanagloriarnos de ser perseguidos por la causa de Jesús. Pero no es así. La
misma Iglesia Católica que ayer era valorada por su firmeza frente a la
dictadura y su servicio a las víctimas, en un breve tiempo se ha hecho harto
menos creíble y hasta despierta animosidad en muchas personas.
¿Qué nos ha pasado? ¿Es por los
escándalos protagonizados por sacerdotes?
En buena parte sí. Tales hechos han
hecho crecer la desconfianza. A veces, más de la cuenta, especialmente en
sectores que habían endiosado al ministro de la Iglesia, poniendo su
confianza más en el hombre, pobre instrumento, que en Dios.
No soy capaz de entrar en todas las
causas de esta situación. Pero me interesa expresar ante ustedes, lo que más me
impacta y dónde se encuentran para mí los focos de esperanza para el futuro del
mensaje cristiano.
Dicho brevemente y sin muchos
matices:
- Ciertamente entran en desmedro de la Iglesia esos abusos
protagonizados por sacerdotes o religiosos. Pero también una impresión general
de que se ha hecho lo posible por ocultarlos o por dilatar su sanción. Ha
predominado una sensación de poca transparencia. Lo que es explicable aunque
haya sido con la buena voluntad de no dañar a las personas ni el mismo anuncio
de Jesús. Pero de hecho el secretismo ha aumentado el escándalo.
- También cuenta en el menor aprecio
por la Iglesia,
un cansancio generalizado con su autoritarismo y centralismo. Hay razones que
avalan la necesidad de cuidar su unidad y disciplina, pero nuestra cultura
actual exige más flexibilidad, participación, escucha, libertad de opinión, y
reacciona con fuerza ante lo que es impuesto desde arriba.
- A veces la Iglesia ofrece
públicamente su aporte a la sociedad en una forma que deja la impresión de
pretender ser maestra de todos, como exigiendo sumisión de la sociedad
entera sin dar argumentos para ello, acentuando así la impresión de ser
“dogmática” en el peor sentido de la palabra.
- Molesta la gran diferencia entre
Jesús y la Iglesia
cuando se considera el ejemplo de pobreza y humildad del primero y la
apariencia de riqueza y poder de la segunda. El Papa puede vivir con sencillez,
pero si se muestra ante el mundo como un monarca con una corte de lujo, la
gente hablará despectivamente del “oro del Vaticano”.
Por éstos y por otros motivos, nos
duele esa Iglesia que amamos y de la que hemos recibido el mensaje liberador de
Jesús y el testimonio admirable de tantos hermanos que iluminaron nuestras
vidas con sus ejemplos. Ante lo cual podemos caer en una angustia que nos lleve
a crisparnos, ponernos rígidos con nuestros hermanos o encerrarnos en un ghetto
que nos aleje de este mundo para preservar la fe y la moral. O podemos luchar
tensamente para recuperar lo perdido y procurar tener influencia de cualquier
modo. No sería fecundo y sería perturbador.
¿Cómo miro el futuro de la Iglesia? Con humildad les
digo que es con la esperanza de que el Señor no la abandone, que esta crisis
sea una gran purificación que nos haga caer en la cuenta de nuestras fallas,
nos instruya sobre lo que Jesús espera de nosotros, nos limpie la mirada y el
corazón y nos llame a una conversión más profunda.
Queridos amigos: ¿Por qué no mirar
desde ahora el futuro de la
Iglesia como una realidad más modesta pero encendida por el
Espíritu? La imagino pequeña, fervorosa, formada por personas libres, sin
fetichismos, sin miedos, alegres, felices de estar tratando de seguir al Señor.
Podemos pensarla y prepararla muy
fraterna, con verdadero respeto y cariño de unos por otros. Como una comunidad
de iguales en que la autoridad muestra tangiblemente esta igualdad, en su tono,
su vestimenta, su modo de proponer, escuchar y mandar.
Quisiéramos ver en ella un verdadero
protagonismo laical en que los cristianos, sacerdotes, religiosos(as) y
laicos(as) ricos y pobres, trabajaran juntos por igual, para mejorar su
formación, especialmente leyendo la Escritura, en la oración compartida o silenciosa.
O llevando las responsabilidades de la comunidad con parecida
participación. También una pastoral que contara con muchas pequeñas
comunidades, siempre centradas en la
Biblia, comunidades fraternas, en que el pobre y la mujer
tuvieran un lugar relevante.
Una Iglesia preocupada de verdad por
lo que le pasa al hombre realmente, por la vida de las familias, por el
trabajo, la economía, la creación artística, la situación de los más pobres…
Sobre todo con una Pastoral centrada
en Jesús con una mística de encuentro personal con él y con un mensaje de
liberación para todos marginados, empobrecidos, explotados y despreciados. Una
pastoral que descubra cada día con gozo y asombro la Presencia de Dios y su
Don, junto con el llamado a una entrega más entera de todos. Que recuerde el
carácter subversivo de la
Iglesia, como el de María:“Derribó de sus tronos a los
poderosos y engrandeció a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a
los ricos despidió sin nada”(Lucas 1, 52-53).
Para una conversión eclesial de tal
hondura necesitábamos un movimiento telúrico de la magnitud de éste que estamos
sufriendo.En tal caso bienvenida crisis.
Si no soñamos algo así, querrá decir
que ha dejado de correr por nuestras venas esa alegría contagiosa de San Pablo
y de todo el Nuevo Testamento.
Unido con todos ustedes en la Esperanza, los saluda
cordialmente
Pablo
Fontaine ss.cc.
Párroco Solidario
Parroquia "San José"