Por Enrique Moreno Laval sscc
Hoy día, lunes 2 de mayo, se cumple un año del fallecimiento de nuestro querido hermano sacerdote Miguel Esteban Macaya Montero. Como en tantas otras oportunidades, volvemos a constatar “lo rápido que pasa el tiempo”. Poco antes de las 3 de la madrugada del 2 de mayo de 2010, nos dejó finalmente Miguel, después de una paciente lucha contra un cáncer de páncreas que se le había declarado un año antes. Muchos fuimos testigos de su total entrega al Señor, especialmente manifiesta en los meses del avance de su enfermedad.
La primera vinculación de Miguel con nuestra parroquia de San Pedro y San Pablo fue a comienzos de 1988, cuando asumió como párroco por seis años. De inmediato, propuso su estilo personal caracterizado tanto por la organización pastoral como por su cercanía con la gente. Exigente consigo mismo, supo suscitar también en los agentes pastorales el sentido de la responsabilidad. Hasta hoy, permanece con nosotros el lema que nos ayudó a formular: “Misioneros con Cristo en la vida del pueblo”.
A fines de 2008, obligado por el tratamiento de su mal, debió dejar la ciudad de La Unión, donde servía como párroco, para trasladarse a Santiago. Se aprovechó esta coyuntura para que volviera a colaborar en nuestra parroquia mientras las fuerzas se lo permitieran. Y así lo hizo abnegadamente hasta el final. Su perseverante servicio, incluso en condiciones de salud muy difíciles, nos conmovió a todos. Nos dejó un ejemplo de vida que no hemos olvidado y que recordaremos siempre como un precioso regalo de Dios en estos últimos años.
Hoy lo tendremos especialmente presente en nuestra eucaristía parroquial, al comenzar esta semana dedicada al padre Esteban, como uno de los grandes testigos que caminaron junto al mismo padre Esteban en nuestra querida parroquia.