“Aprendimos lo más importante: obedecer al párroco”. Anathema sit.

En este inicio de año algunos hermanos asumirán como párrocos moderadores: Javier Cárdenas en la parroquia san José de La Unión, Mario Soto en la parroquia Inmaculada Concepción de  Río Bueno, Miguel Ángel Concha en la parroquia Jesucristo Misionero de Viña del Mar y Claudio Carrasco en la parroquia Damián de Molokai en Santiago. Por eso les comparto la reflexión que sigue.
Hace algunos años, cuando vivía en Brasil, específicamente en una ciudad llamada Pindamonhangaba, me tocó ir a celebrar la misa dominical en una comunidad que no conocía. Quedé maravillado con la liturgia: un canto hermoso, afinado e inculturado en los ritmos brasileros; el salmo cantado de manera conmovedora, alternando solista y asamblea; danza en el momento del gloria. Todo era cuidado, todo era hermoso. En el camino, cuando me iban a dejar a mi casa, les comenté mi impresión de la misa y me contaron que era la impronta del párroco, que tenía una especial sensibilidad por la liturgia y –agregaron- “él nos enseñó lo más importante: obedecer al párroco”.
Ahí todo se me desmoronó, porque sabía que tanta belleza litúrgica no iba a perdurar cuando llegase un párroco aburrido y conservador. La comunidad no sería capaz de luchar por lo que había logrado. Y pensé: ¡a qué nivel de distorsión hemos llegado, que se transmite como lo más importante de la vida de una comunidad la obediencia  al párroco! Algo así distorsiona lo más esencial de la vida cristiana y de la misión del párroco que, más que un patrón de fundo al que hay que obedecer, es un servidor de su comunidad.
Es cierto, la comunidad debe escuchar, dejarse conducir, obedecer al párroco, pero también el párroco debe escuchar, dejarse conducir, obedecer a la comunidad. Los laicos no pueden seguir siendo meros receptores, sujetos pasivos. Ellos deben tornarse no solo sujetos activos, sino los sujetos principales, y el párroco debe aprender el arte de suscitar toda la creatividad, talentos, posibilidades en potencia contenidas en cada uno de los que forma parte de su comunidad.
Los patrones de fundo son para los fundos y no para las parroquias. Hasta me dan ganas de declarar como herética la frase “yo soy el párroco”, cuando utilizada para pasar por encima de la gente, para hacer prevalecer la opinión del párroco sin esperar el discernimiento comunitario, o por desconfiar de que ese discernimiento pueda ser fecundo, o por miedo a la confrontación con ideas diferentes. El abuso de poder en la Iglesia la está llevando al descalabro y la frase “yo soy el párroco” ha sido utilizada muchas veces para abusar del poder.
En el libro “Entrevista con Ronaldo Muñoz”, él comenta que de las cosas que más le llamaron la atención del  Nuevo Testamento es la enseñanza contenida en una sola palabrita: la partícula griega “alelús”, que significa “los unos a los otros”. Entre los creyentes todo debe ser los unos a los otros: el servicio, el cuidado, la obediencia, la corrección, en síntesis, el amor. 
Cómo me gustaría que “aleluya” derivase de “alelús”,
para que no quedase duda de que la alabanza a Dios se hace plena
cuando nos servimos,
nos escuchamos,
nos  amamos
los unos a los otros.


Alex Vigueras, ss.cc.
Provincial

Fuente: www.sscc.cl


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