Es bien sabido que, en nuestro país, la brecha entre ricos y pobres es enorme, que ocupamos uno de los primeros lugares en el mundo por esa increíble injusticia. Todos trabajan y producen, pero una parte menor se lleva la mayor parte de esa riqueza.
Mientras tanto las cifras globales son altas y engañosas, porque la suma total señala a un país más bien rico. Un economista chileno escribía que el 20 % de la población vive como en EEUU pero que el 60% percibe entradas como el término medio de Angola, uno de los países más pobres del mundo.
Lo extraño está en que esto se vive con notable indiferencia. La mayoría de nuestros compatriotas da cada día una lucha esforzada y dolorosa para llevar una vida digna y adecuada a las necesidades de nuestra cultura. Pero la otra parte la que también se esfuerza pero sin la angustia de estar al borde de la pobreza total sigue su camino con indiferencia. Sólo tiene un sentimiento esporádico de compasión cuando alguna catástrofe natural pone crudamente al descubierto la pobreza de todos los días.
La verdad es que muchos compatriotas nuestros viven una catástrofe permanente pero ésta es invisible para quien no quiere verla.
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