Hay un Prisionero en una cárcel pequeña, El cautivo es Rey de reyes, Señor de señores. La cárcel menuda es el Sagrario: cárcel de amor es llamada (1), porque de amor es el delito. Siendo Dios, vino a ser hombre. Eterno, asumió el tiempo. Inmutable, quiso padecer. Omnipotente, quedó inerme sobre el heno de un pesebre de Belén. Todopoderoso, y fugitivo, cruzó desiertos de amor llenos de arena. Creador del Universo, trabajó con fatiga largos años en el taller de José. Inmenso, anduvo incansable, paso a paso, los caminos de Palestina. Gruesas gotas de sangre manaron de su piel hasta el suelo de Getsemaní. Se entregó porque quiso -quia ipse voluit- a una flagelación cruel, a la coronación de espinas, se abrazó a una cruz, y se dejó clavar en ella, entre dos ladrones y los insultos blasfemo s de criaturas suyas. Todo sin necesidad, por puro amor, para redimir los pecados de todos y cada uno de los hombres y abrirles las puertas del Paraíso.
«Bajo las especies de pan y vino está Él, realmente presente con su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad. Así, juntándose un infinito amor, ¿qué había de conseguirse sino el mayor milagro y la mayor maravilla» (2).
¿Puede decirse que es «justo» que estés ahí, Cristo, en tu cárcel, inerme, más aún que en Belén, que en Nazaret y el Calvario? Pues sí, digo que es justo, justísimo, porque nos has robado el corazón, y lo has hecho hasta con «alevosía». ¿Por qué te has excedido tanto en tu amor? ¿Por qué nos amas así, con esa locura increíble? ¿No bastaba una sola gota de tu Sangre para redimir mil millones de mundos? ¿No bastaba uno sólo de tus suspiros? ¿Acaso no era suficiente tu sola Encarnación en el seno virginal de María Santísima? ¿Por qué tanto dolor, por qué tanto tormento, por qué...?
¡Es justo, Señor, que ahora estés ahí, cautivo en tu pequeña cárcel oscura! ¡Nos has robado el corazón! Es justo, con esa justicia maravillosa que -en la sublime sencillez divina- se funde con el amor, la misericordia, la generosidad, la verdad, la libertad, la belleza, la armonía, la alegría... ¡Es justo que estés preso porque amas infinitamente, porque te has excedido, y todo exceso debe pagarse! Tú lo expías en el Sagrario.
Lo que no es justo en modo alguno es que yo me quede indiferente, o que te olvide y pase horas sin recordar tu amorosa cautividad. No e s justo que pase un sólo día sin visitarte en el Sagrario, al menos una vez. No es justo que el Sagrario no sea el imán de mis pensamientos, palabras y obras. No es justo que, habiéndome robado Tú mi corazón, no esté donde está mi tesoro. Por eso renuevo ahora mi propósito de centrar entera mi vida en tu cárcel de amor. Y. siempre que pueda, aunque sean breves instantes, iré a visitarte, para decir: Adoro te devote, latens Deitas, te adoro con devoción Dios escondido (3). Con una genuflexión pausada, iba a decir «solemne». Adoro tu presencia real -sub his figuris- bajo las apariencias del pan, donde no hay más pan que tu sustancia: tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma humana, tu Divinidad, con el Padre y el Espíritu Santo.
Fuente: Iglesia.org
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