Respeto a la Persona




No hay criatura tan baja ni pequeña que no represente la bondad de Dios. 

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No hay criatura tan baja ni pequeña que no represente la bondad de Dios. (Imitación de Cristo, II, 4, 2).

Los que realizan la encuesta no pueden creer, porque no quieren creer. Llamaron otra vez al que habla sido ciego y le dijeron: ...nosotros sabemos que ese hombre -Jesucristo- es un pecador (Jn 9, 24). 

Con pocas palabras, el relato de San Juan ejemplifica aquí un modelo de atentado tremendo contra el derecho básico, que por naturaleza a todos corresponde, de ser tratados con respeto. (J. ESCIRVÁ De BALAGUER, Es Cristo que pasa, 69). 


Frente a los negociadores de la sospecha, que dan la impresión de organizar una trata de la intimidad, es preciso defender la dignidad de cada persona, su derecho al silencio. En esta defensa suelen coincidir todos los hombres honrados, sean o no cristianos, porque se ventila un valor común: la legitima decisión  a ser uno mismo, a no exhibirse, a conservar en justa y pudorosa reserva sus alegrías, sus penas y dolores de familia; y, sobre todo, a hacer el bien sin espectáculo, a ayudar por puro amor a los necesitados, sin obligación de publicar esas tareas en servicio de los demás y, mucho menos, de poner al descubierto la intimidad de su alma ante la mirada indiscreta y oblicua de gentes que nada alcanzan ni desean alcanzar de vida interior, si no es para mofarse impiamente (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 69). 
Esos derechos sólo serán realmente reconocidos si se reconoce la dimensión trascendente del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, llamado a ser su hijo y hermano de los otros hombres, destinado a una vida eterna. Negar esa trascendencia es reducir el hombre a instrumento de dominio, cuya suerte está sujeta al egoísmo y a la ambición de otros hombres, o a la omnipotencia del Estado totalitario, erigido en valor supremo. (JUAN PABLO II, Hom. 1-VII-1980). 

[...] si el hombre tiene derechos irrevocables, es porque ha sido creado como persona por una disposición divina, esto es, por una disposición que se encuentra fuera de toda disensión humana. Si hay algo, en última instancia, que pertenezca irrevocablemente al hombre, es porque éste es creatura. (J. PIEPER Las virtudes fundamentales, p. 96). 

El problema consiste en obrar con el debido respeto a la persona y a sus seres próximos, ya se trate de donantes de órganos o bien de beneficiarios, y no transformar nunca al hombre en objeto de experimento. Hay que tener respeto a su cuerpo y también a su alma. (JUAN PABLO I, Aloc. 6-lX-1978). 

El amor reviste de gran dignidad al hombre. (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, I.c., p. 207). 

Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? (S. PEDRO CRISOLOGO Sermón 148). 

Si entre los que te rodean hay alguno que te parece despreciable, obrarás sabia y prudentemente si, en vez de publicar y censurar sus defectos, te fijas en las buenas cualidades naturales y sobrenaturales de que Dios le ha dotado, y que le hacen digno de respeto y honor. (J. PECCI—León XIII—Práctica de la humildad, 37). 

Todo ser humano posee una dignidad que, aunque la persona exista siempre en uh contexto social e histórico concreto, jamás podrá ser disminuida, herida o destruida, sino que, por el contrario, deberá ser respetada y protegida si verdaderamente se quiere contribuir a la paz. (JUAN PAsLo II, Discurso en la XXXIV Asamblea general de la ONU, 22-X-1979). 

Jesús en la Cruz, con el corazón traspasado de Arnor por los hombres, es una respuesta elocuente—sobran las palabras—a la pregunta por el valor de las cosas y de las personas. Valen tanto los hombres, su vida y su felicidad, que el mismo Hijo de Dios se entrega para redimirlos, para limpiarlos, para elevarlos. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, (Es Cristo que pasa, 165). 


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