"Fue un día marcado por momentos fuertes de oración y reflexión en torno a Jesús sacramentado, Pan de Vida y Bebida de Salvación, que se hace en nosotros servidores y que nos llama a ser sus amigos", dijo uno de los acólitos.
"Fue un día marcado por momentos fuertes de oración y reflexión en torno a Jesús sacramentado, Pan de Vida y Bebida de Salvación, que se hace en nosotros servidores y que nos llama a ser sus amigos", dijo uno de los acólitos.
¿Qué es lo específico de la vocación de los religiosos en la vida de la Iglesia?
La regla de Vida de nuestra Congregación introduce así su respuesta: “Todo cristiano queda configurado con Cristo y llamado a revestirse de sus sentimientos. Sin embargo, hay muchas maneras de vivir a Cristo e imitarle. Una de las que propone el Evangelio es dejarlo todo para seguir a Jesús, como los apóstoles, los discípulos y las santas mujeres.
Ser religioso supone el compromiso profesado ante los hombres de preferir sólo a Jesucristo y estructurar la vida en consecuencia. La profesión religiosa quiere expresar la plenitud de la entrega de uno mismo a Dios en la vida concreta.La mejor forma que tienen los religiosos para colaborar con sus respectivos obispos en tan diversas tareas como diferentes son las necesidades urgentes del mundo, es siendo fieles al papel que han de desempeñar como comunidad en el misterio de Cristo. En realidad, la comunidad hace a Cristo presente, es su testimonio y lo proclama con su mismo ser.
De las Constituciones ss.cc.:
“El Espíritu Santo nos ha conducido a cada uno por diversos caminos a entrar en la Congregación para seguir en ella a Jesús. A ello nos comprometemos al abrazar por amor a Él su misma 'forma de vida' mediante la profesión religiosa. Así quedamos libres para 'estar con Jesús' y disponibles para ´ser enviados por Él' a la misión del Reino de Dios” (N° 11).
Lo primero que hay que decir es que no siento que "me he hecho", al contrario, es Jesús el que me ha regalado una vocación a la que he tratado de responder desde mi humanidad.
El comienzo de mi vida cristiana y vocacional se sitúa en la parroquia de mi población, es en una Comunidad de Base como muchas que existen en nuestro país, donde poco a poco fui caminando hacia lo que soy ahora. La lectura y la reflexión permanente del Evangelio, el servicio a los pequeños, las celebraciones eucarísticas vividas en comunidad, en fin, toda la experiencia de ser parte de una comunidad que busca responder a los signos de los tiempos y ser fiel al llamado a anunciar el Reino.
Este primer encuentro con el Evangelio me llevó a descubrir que mi fe era el resultado de una experiencia personal con Jesús, un encuentro en que El me pedía dar testimonio de mi fe. Esto me llevó a comprometerme en diversos ámbitos, eclesiales, estudiantiles, políticos y sociales. Sin embargo, lo que me motivaba y sostenía era esta experiencia de ser amado por Dios.
Esta fue la motivación que me llevó a optar por la vida religiosa y el sacerdocio, este caminar se sustenta en tres grandes pilares:
Primero, sentirme elegido por el Señor, en mi tiempo de formación cada vez aparecía con más fuerza mis limitaciones y mis capacidades, y en cada una de ellas descubría a Jesús sosteniéndome con su rostro amoroso. Todo esto lo encuentro en la oración de cada día, en la experiencia de estar en la presencia de Dios.
En ese sentido, al celebrar los sacramentos me siento cada vez impresionado de cómo Dios utiliza instrumentos tan frágiles para transmitir su gracia y su poder, cómo a través de nosotros le muestra su rostro a tantos hermanos y hermanas con los que caminamos en busca de su rostro, de su voluntad.
Después, está la experiencia de comunidad, pues durante este tiempo han sido mis hermanos quienes han acompañado mi crecimiento, con exigencia, con respeto y con mucho cariño. De mi comunidad religiosa he recibido mucho de lo que soy y la siento como mi familia.
Finalmente los pobres son los que me han enseñado a ser sacerdote. Ellos han sido la expresión del llamado de Jesús a entregar la vida, a dar todo lo que he recibido. En esto también ha habido un proceso, al comienzo era una expresión general, "los pobres". Poco a poco ese deseo ha adquirido nombres y rostros concretos; ellos me han mostrado cómo anunciar el Reino que opta por los marginados, que anuncia la buena noticia a aquellos para quienes sus vidas están llenas de malas noticias.
Hoy día mi congregación me ha pedido asumir el servicio de párroco. Es un gran desafío, una oportunidad de vivir mi consagración sacerdotal de una manera más clara y exigente. Esto no es fácil, pero me ha permitido dar gracias, cada día, por el llamado que el Señor me ha hecho y pedirle insistentemente que me sostenga en esta vocación.
A los dieciocho años, un niño discapacitado me preguntó si lo quería, a la primera respuesta positiva siguió la verdadera pregunta, era Jesús el que me preguntaba si lo quería. Desde ese momento esta pregunta ha acompañado los pasos que he ido dando, "¿Me quieres más que estos?", es lo que preguntaba Jesús a Pedro y es lo que me repite cada día en mi oración.
La búsqueda de la respuesta es lo que me llevó a preguntarme seriamente por la vocación religiosa y sacerdotal, es lo que ha animado mi tiempo de formación y estos diez años de ministerio sacerdotal.
Fuente: "Te he llamado por tu nombre. Testimonios vocacionales de los sacerdotes del Clero de Valdivia”
Tuve un hogar en que la vida cristiana era apreciada y en que se trataba de vivirla lo mejor posible. Especialmente tuve una madre con profundo sentido religioso y un modo de actuar consecuente.
Entré a un colegio de la Congregación de los Sagrados Corazones donde la enseñanza, especialmente de las predicaciones y liturgias me mostraron un Jesús atrayente. Siempre tuve el deseo de seguirlo de algún modo.
La vida de los sacerdotes que conocí allí me parecía hermosa y digna de ser imitada.
Fue así que creció en mí la idea persistente de dedicarme a Dios. Lo obvio era hacerlo en esa Congregación, sin distinguir mucho entre sacerdocio y vida religiosa.
Había varios obstáculos para llegar a esa decisión. Algunos eran los normales de cualquiera que esté en esa situación: apego a una familia en que era muy feliz, deseo de formar un hogar, dificultad para dejar amigos y amigas, fiestas y todo eso. También me costaba porque ya nacía en mí la idea de servir a los pobres. Los padres de la Congregación me parecían muy acomodados atendiendo colegios para ricos.
Finalmente prevaleció el cariño y cercanía con la Congregación y me decidí a entrar en ella, pensando que, en el camino, sería posible buscar alguna forma de estar con los pobres. Lo cual de hecho ha sucedido.
En los años de formación dentro de la Congregación fue quedando más claro para mí la idea de una consagración total en una vida religiosa que predicaba con los hechos, es decir, que pretendía, con su vida, anunciar como Jesús, el Reino, en una vida comunitaria de hombres despojados de riquezas y honores, de hombres que renunciaba a formar su propia familia para darse por entero a Dios y procuraban vivir la fraternidad del Evangelio.
Simultáneamente se aclaró más la figura del sacerdote como sacramento de Cristo Mediador, para servicio de los pobres.
Desde entonces hasta ahora me ha parecido la máxima alegría, vivir para Dios hablándole del pueblo y servir al pueblo hablándole de Dios. La figura del sacerdote católico puede ser muy atacada, y a veces con razón. Pero es un hecho que difícilmente podría reemplazarse este personaje que, con todas sus debilidades e imperfecciones, tiene como profesión vivir para todos incansablemente de la mañana a la noche.
Esa figura y esa tarea me fascinaron desde un principio. Junto con la atracción por Jesús, me aseguraron que estaba llamado y determinaron mi decisión definitiva.
Por Enrique Moreno Laval sscc
Durante la semana que acaba de terminar, hemos vivido momentos muy intensos en torno a la memoria de nuestro querido padre Esteban Gumucio. El 6 de mayo, en particular, hemos conmemorado los 10 años de su fallecimiento. El lunes 2 celebramos a los testigos de Jesús que caminaron con el padre Esteban, y entre ellos a nuestro hermano Miguel Macaya. El martes 3 tuvimos un encuentro de reflexión a partir del poema “La Iglesia que yo amo”, escrito por el padre Esteban. El miércoles 3 vivimos una hermosa jornada musical con la participación de la orquesta sinfónica infantil y juvenil de la comuna de La Granja. El jueves 4 un grupo de 200 abuelos y abuelas recodaron al padre Esteban y recibieron el sacramento de la unción de los enfermos. El viernes 6 fue la gran celebración presidida por el arzobispo Ricardo Ezzati. El sábado 7 fue el turno de los niños y enseguida de los jóvenes.
Hemos vuelto a sentir la presencia del padre Esteban que sigue acompañando nuestro camino. Como un “peregrino de Emaús”, él sigue caminando junto a nosotros a la manera de Jesús. Hoy como ayer, sentimos su cariño, su preocupación por los que andan desconsolados, su empeño por transmitirnos esperanza, su mirada que nos invita a mirar a Jesús, su canto que nos anima en los desalientos. Alguien lo dijo: “El tata Esteban ha sido como otro Jesús junto a nosotros”.
¿Cómo no agradecerle al Señor tanto regalo? En medio de tiempos difíciles para la Iglesia, cuando se nos cree poco y algunos no sin razón desconfían de nosotros, qué bien nos hace reconocer en Esteban Gumucio a un sacerdote santo. Así lo reconoció nuestro arzobispo Ricardo al terminar la celebración del viernes: “Creo que la santidad de los sacerdotes es posible, y no solamente es posible, es real. Y por consiguiente la santidad de este sacerdote (el padre Esteban) nos viene a animar en el camino de la fidelidad a Jesucristo, en el camino de la entrega a los hermanos, especialmente a los más pequeños y los más pobres, y la alegría que se expresa en tantos versos del padre Esteban es también la alegría de muchos sacerdotes, de la inmensa mayoría de los sacerdotes”. Damos gracias a Dios.