Tuve un hogar en que la vida cristiana era apreciada y en que se trataba de vivirla lo mejor posible. Especialmente tuve una madre con profundo sentido religioso y un modo de actuar consecuente.
Entré a un colegio de la Congregación de los Sagrados Corazones donde la enseñanza, especialmente de las predicaciones y liturgias me mostraron un Jesús atrayente. Siempre tuve el deseo de seguirlo de algún modo.
La vida de los sacerdotes que conocí allí me parecía hermosa y digna de ser imitada.
Fue así que creció en mí la idea persistente de dedicarme a Dios. Lo obvio era hacerlo en esa Congregación, sin distinguir mucho entre sacerdocio y vida religiosa.
Había varios obstáculos para llegar a esa decisión. Algunos eran los normales de cualquiera que esté en esa situación: apego a una familia en que era muy feliz, deseo de formar un hogar, dificultad para dejar amigos y amigas, fiestas y todo eso. También me costaba porque ya nacía en mí la idea de servir a los pobres. Los padres de la Congregación me parecían muy acomodados atendiendo colegios para ricos.
Finalmente prevaleció el cariño y cercanía con la Congregación y me decidí a entrar en ella, pensando que, en el camino, sería posible buscar alguna forma de estar con los pobres. Lo cual de hecho ha sucedido.
En los años de formación dentro de la Congregación fue quedando más claro para mí la idea de una consagración total en una vida religiosa que predicaba con los hechos, es decir, que pretendía, con su vida, anunciar como Jesús, el Reino, en una vida comunitaria de hombres despojados de riquezas y honores, de hombres que renunciaba a formar su propia familia para darse por entero a Dios y procuraban vivir la fraternidad del Evangelio.
Simultáneamente se aclaró más la figura del sacerdote como sacramento de Cristo Mediador, para servicio de los pobres.
Desde entonces hasta ahora me ha parecido la máxima alegría, vivir para Dios hablándole del pueblo y servir al pueblo hablándole de Dios. La figura del sacerdote católico puede ser muy atacada, y a veces con razón. Pero es un hecho que difícilmente podría reemplazarse este personaje que, con todas sus debilidades e imperfecciones, tiene como profesión vivir para todos incansablemente de la mañana a la noche.
Esa figura y esa tarea me fascinaron desde un principio. Junto con la atracción por Jesús, me aseguraron que estaba llamado y determinaron mi decisión definitiva.
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