Lo primero que hay que decir es que no siento que "me he hecho", al contrario, es Jesús el que me ha regalado una vocación a la que he tratado de responder desde mi humanidad.
El comienzo de mi vida cristiana y vocacional se sitúa en la parroquia de mi población, es en una Comunidad de Base como muchas que existen en nuestro país, donde poco a poco fui caminando hacia lo que soy ahora. La lectura y la reflexión permanente del Evangelio, el servicio a los pequeños, las celebraciones eucarísticas vividas en comunidad, en fin, toda la experiencia de ser parte de una comunidad que busca responder a los signos de los tiempos y ser fiel al llamado a anunciar el Reino.
Este primer encuentro con el Evangelio me llevó a descubrir que mi fe era el resultado de una experiencia personal con Jesús, un encuentro en que El me pedía dar testimonio de mi fe. Esto me llevó a comprometerme en diversos ámbitos, eclesiales, estudiantiles, políticos y sociales. Sin embargo, lo que me motivaba y sostenía era esta experiencia de ser amado por Dios.
Esta fue la motivación que me llevó a optar por la vida religiosa y el sacerdocio, este caminar se sustenta en tres grandes pilares:
Primero, sentirme elegido por el Señor, en mi tiempo de formación cada vez aparecía con más fuerza mis limitaciones y mis capacidades, y en cada una de ellas descubría a Jesús sosteniéndome con su rostro amoroso. Todo esto lo encuentro en la oración de cada día, en la experiencia de estar en la presencia de Dios.
En ese sentido, al celebrar los sacramentos me siento cada vez impresionado de cómo Dios utiliza instrumentos tan frágiles para transmitir su gracia y su poder, cómo a través de nosotros le muestra su rostro a tantos hermanos y hermanas con los que caminamos en busca de su rostro, de su voluntad.
Después, está la experiencia de comunidad, pues durante este tiempo han sido mis hermanos quienes han acompañado mi crecimiento, con exigencia, con respeto y con mucho cariño. De mi comunidad religiosa he recibido mucho de lo que soy y la siento como mi familia.
Finalmente los pobres son los que me han enseñado a ser sacerdote. Ellos han sido la expresión del llamado de Jesús a entregar la vida, a dar todo lo que he recibido. En esto también ha habido un proceso, al comienzo era una expresión general, "los pobres". Poco a poco ese deseo ha adquirido nombres y rostros concretos; ellos me han mostrado cómo anunciar el Reino que opta por los marginados, que anuncia la buena noticia a aquellos para quienes sus vidas están llenas de malas noticias.
Hoy día mi congregación me ha pedido asumir el servicio de párroco. Es un gran desafío, una oportunidad de vivir mi consagración sacerdotal de una manera más clara y exigente. Esto no es fácil, pero me ha permitido dar gracias, cada día, por el llamado que el Señor me ha hecho y pedirle insistentemente que me sostenga en esta vocación.
A los dieciocho años, un niño discapacitado me preguntó si lo quería, a la primera respuesta positiva siguió la verdadera pregunta, era Jesús el que me preguntaba si lo quería. Desde ese momento esta pregunta ha acompañado los pasos que he ido dando, "¿Me quieres más que estos?", es lo que preguntaba Jesús a Pedro y es lo que me repite cada día en mi oración.
La búsqueda de la respuesta es lo que me llevó a preguntarme seriamente por la vocación religiosa y sacerdotal, es lo que ha animado mi tiempo de formación y estos diez años de ministerio sacerdotal.
Fuente: "Te he llamado por tu nombre. Testimonios vocacionales de los sacerdotes del Clero de Valdivia”
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